domingo, 29 de agosto de 2010

Rubén Mora, el “ave cantora” de Guerrero


¡Vive Rubén Mora en la aguerrida belleza de la sierra, en el chasquido del látigo de tlacolero, en la cápsula de luz de uvas! ¡Vive el frenético aroma de los nardos, en los remansos del Balsas perezoso, sobre el ebúrneo seno de las hembras, sobre las almenas de las escuelas salvadoras! ¡Vive en la delgada espuma combatiente, cabalga sobre el lomo de las olas, charla con las calandrias a deshora, viaja por los caminos de su costa y con sus dedos por las noches va encendiendo a las luciérnagas!



El poeta nació el 31 de agosto de 1910 en Santiago Cuautepec, pueblo de la Costa Chica del estado de Guerrero. Murió en Chilpancingo, el 22 de junio de 1958; sus restos reposan en la Rotonda de los Hombres Ilustres del Panteón municipal.

El general revolucionario Isidoro Mora Torreblanca y doña Benita Gutiérrez Blanco unieron sus corazones que fructificaron en la vida de Rubén.

Quedó huérfano de padre a los cinco años. Doña Benita se esforzó en la educación de su hijo. Don Isaías Lobato es el maestro de primeras letras; en Ayutla concluyó la primaria, y durante tres años nutrió su alma de excelencias académicas del Seminario Conciliar de Chilapa: aquí recibe digna herencia de aires humanistas. Después, en la ciudad de México estudia en la Escuela Secundaria 7. En el Colegio Español se afana en la práctica comercial, y se inscribe en la Escuela normal de maestros.

Regresa a la patria chica. Es autodidacta; prosperan en él la cultura grecolatina y las letras hispanas; capta los horizontes; la palabra del pueblo y la capacidad creadora estallan en la vivida fuerza del poema. En la escenografía de su pueblo nativo sufre el dolor del amor perdido: esa lágrima amarga se concreta en “La potranquita”, en 1933.

Vive al día. Es agente de ventas. Da clases de Español. Lee, puebla su alma de imágenes de Chilpancingo, la Costa Grande, y Acapulco circundan sus caminos, y lo ayudan a encontrarse a si mismo.

Se hace docente del Colegio del Estado. Imparte cursos de español, historia de la literatura española y mexicana. Hace dúctil el encuentro de las etimologías. Contribuye a que muchos jóvenes se aficionen en el dominio del verso y la palabra hablada. Traía en la memoria aquel ilustre discurso sobre la Biblia de Juan Donoso Cortes. Orientaba en la lectura.

En el barrio se San Mateo, en la calle Amado Nervo, durante una época vivieron a escasos cincuenta metros de distancia dos estupendos creadores: Rubén Mora y José Agustín Ramírez. Amistad productiva protegida por los acordes del piano y la metáfora lúcida del sonetillo.

Poeta sin libros

Pugnaba por publicar un libro. Un paradójico decir que era poeta sin libros, y con lectores. Muchos jóvenes y personas mayores sabían poemas suyos; ya iba el poeta de voz en voz.

Tres ediciones se concretaron de una antología que el mismo poeta preparó; en la cuarta, se agregaron su novela de Amar es pecado, y canto criollo (feria de motivos guerrerenses y otros caprichos.)

Rubén Mora es el “ave cantora” de Guerrero. Costeño claro y sin reservar, de “gracia cuatepeca” y verso sin cojeras. Inclinó siempre, con la delicada, pero incontrastable fuerza del girasol, su arco y su lira a la tierra guerrerense y al hacerlo, brotó de su armoniosa voz, la denuncia del cruel sufrimiento, del hambre, de la tragedia, del dramatismo rural de su amado pueblo de Guerrero.

Tal fue la vida y la enseñanza de Rubén Mora! Claro está que en su obra hay varios poemas caracterizados por un notable florecimiento lírico y que son un gozoso regalo de corazón y el oído. Y es que el poeta, además de su misión principal , capta la belleza de las cosas y de sus sentimientos y las traduce para sus congéneres, en versos.

El campo fue siempre una de las obsesiones de Rubén Mora, en su “Canto íntimo a la revolución” habla que el “campo es el problema irresoluto en que el agrarios porvenir se encierra”, y en el corrido autobiográfico de “El Tlacolero” evoca con tristeza el desamparo de los que a pesar del ejido, se quedaron sin tierra.

Las ciudades revelan sus bellos secretos a través de la palabra del poeta: Taxco tiene “besos de filigrana”, Colotlipa se desnuda bajo “tardes nazarenas”, Chilapa púdicamente se “arreboza”, Iguala paga los colores de su trigarante divisa con sonrisas que saben a “chicozapote”. A Coyuca se va “sobre sus pisadas descalzas”. Ometepec es un empedernido soñador de “sueños de fantasía” y Acapulco “puerto que parece cuento”, es hijo del portento del mar, en una conjunción agraria.

La Costa “valiente y bizarra”, palpita en los versos de Rubén Mora con la ansiosa potencia de un corazón emocionado. Es más, me atrevería a decir que toda poesía que nimbada de Costa, que tiene hasta los versos de más pura elevación, el ardiente rumor del trópico, la languidez lunar y somnolienta de las noches acapulqueñas, el fecundo latir de una sensualidad siempre renovada y por ello, el perfume de la sal marina en las espaldas de las mujeres desnudas.

Y es que después de ser poeta, Rubén Mora fue un auténtico costeño. De su tierra le llegó una herencia afiebrada y lujuriosa: el reverberante erotismo de su mar, que es símbolo de virilidad y fuente de vida ese mar lleno de “urgencias masculinas”, que puso en su pensamiento y para siempre la llama serpentina del amor.

¡Vive Rubén Mora en la aguerrida belleza de la sierra, en el chasquido del látigo de tlacolero, en la cápsula de luz de uvas! ¡Vive el frenético aroma de los nardos, en los remansos del Balsas perezoso, sobre el ebúrneo seno de las hembras, sobre las almenas de las escuelas salvadoras! ¡Vive en la delgada espuma combatiente, cabalga sobre el lomo de las olas, charla con las calandrias a deshora, viaja por los caminos de su costa y con sus dedos por las noches va encendiendo a las luciérnagas!

¡Oh!, Rubén Mora – como dice Ricardo Arenales- “tiembla en nuestro corazón una estrella” por que de tu muerte están llenos los cielos y la tierra (Juan pablo Leyva y Córdoba).


Por THELMA Valverde Díaz
Acapulco, Gro

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