domingo, 31 de julio de 2011

De los criollos afroindios de la Costa Chica [Cuento para contar negros]

La Esquina de Xipe

Eduardo Añorve Zapata

De los criollos afroindios de la Costa Chica [Cuento para contar negros]

Para Bertín y Güicho
Leerse con música del maestro no-negro-pero-sí-negro Carlos Santana
(de preferencia No One To Depend On)

En doce líneas el joven Bertín Gómez García nos da su visión sobre el campesino costeño criollo y la relación que éste construye entre su actividad económica, la siembra, y el placer: trabaja y produce para la pachanga o parranda: El tiempo de aguas se acerca,/ los campos van a dar flores,/ las aves todas se alegran:/ ya van a ver sus amores.// El campo se reverdece. / Campesino a tus labores:/ hay que trabajar la tierra/ y a cosechar por montones.// El tiempo de aguas se fue/ con recuerdos y esperanzas./ La plata que coseché/ ya me la gasté en parranda. Más allá de la poética lírica de esta letra de la canción titulada La vida del campesino [escrita en los años setenta y difundida con profusión por Mar Azul, y que ha de merecer revisión y admiración aparte], es interesante porque también representa una visión de la cultura afroindia criolla desde dentro sobre un tema que casi siempre se mira con prejuicio: la parranda, la pachanga, es decir el baile y la música y el sexo y el alcohol juntos, para goce del que cosechó en abundancia, del que trabajó. Durante mucho tiempo he pensado que el criollo cumple esa idea de Marx [pensador burgués tan caro a Occidente, y que ayuda a entender estos tiempos posmodernos]: trabajar para el ocio productivo. Dos aclaraciones: “campesino” y no “agricultor”, anoté. Y cuando digo “criollo” me refiero al habitante, de cualquier sexo, que habita esa franja territorial conocida como Costa Chica, que, a su vez, incluye tanto a Guerrero como a Oaxaca, y que proviene de tres matrices culturales definidas históricamente: la americana o indígena prehispánica, la negro-africana y la castellana-española-occidental. En suma: Bertín Gómez [el padre de esos muchachos que ahora hacen bailar a la afroindiada con sus canciones como Algo sano, Brillas linda y La que suda, basados en la música de aquel] resumió en esa canción una visión que desmiente el prejuicio de la flojera de los costachiquenses, particularmente de los negros, a quienes se les pretende ver como güevones y, en consecuencia, pobres, casi casi dignos de lástima u objetos de altruismo por ésta condición. Primero se trabaja, luego se bebe y baila, propone y enseña Bertín. Incluso, se trabaja para la parranda, que nos ha de dejar buenos recuerdos. Porque, en efecto, no se puede parrandear sin antes tener dineros, o plata, como dice Bertín, para hacerlo. La parranda es consecuencia lógica del trabajo, propone Bertín. Y más allá de la pertinencia moral de esta máxima, es justa, comprensible y deseable, porque si la parranda proporciona felicidad, justo es que se procure. De refilón, como sin decirlo, Bertín desdeña el trabajo para el atesoramiento, hecho común entre nosotros, excepto cuando se dejan de lado los valores de la cultura criolla y se asumen los de la cultura burguesa, la nacional, que hace de no gastar una virtud. En fin. El tema da para mucho, pero me enfilo hacia otro punto de esta argumentación.

El día domingo vi unos minutos, 15 tal vez, un “documental” que realizó el Canal 22 de televisión, propiedad del Estado mexicano, sobre el tema de la discriminación hacia los afromexicanos de la Costa Chica. Me dejó un mal sabor de boca: pone demasiado énfasis en hacer ver y sentir al televidente que los criollos costeños, particularmente “los negros”, son pobres entre los pobres, los más pobres de los pobres: abandonados, en la miseria, necesitados, urgidos, y flojos porque no hacen nada por ellos mismos sino que están esperando a que “El Gobierno” los rescate de la pobreza. Ahora que observo algunas fiestas en torno a Santiago Apóstol no tengo menos que llegar a la conclusión de que esa visión está exaltada, es catastrofista, se excede: le faltó equilibrio, es parcial, a pesar de la buena intención de “denunciar” la discriminación que pesa sobre quienes vivimos en la Costa Chica, particularmente sobre nosotros, “los negros”, como nos llaman. Un teórico sobre estos temas afirma: “El uso de datos empíricos para explicar las causas y consecuencias de las diferencias raciales en los ingresos, logros educativos, inteligencia, patrones de movilidad, estructuras familiares y de residencia, perpetúan el mito de que la raza es relevante en la definición de las diferencias humanas y, por consiguiente, confirman el orden de estratificación social” (Stanfield, 1985). Y aunque no existe una raza negra, como pretenden algunos buenos ciudadanos dedicados al altruismo, en caso de que existiera, el uso que se hace de ese concepto para explicar ese estado de miseria y de discriminación llevan a que se piense que ser negro es ser pobre, y de allí es fácil brincar a que se es pobre porque se es negro e, implícitamente, se es pobre porque se es flojo; por lo tanto, se es flojo porque se es negro. Sería interesante pensar en que se es negro porque se es flojo, pero… me excedo a propósito, lector interesado.

El concepto “negro” para nombrar a los criollos costeños que tienen rasgos fenotípicos africanoides, es decir, que se ven “negros” y “como negros” [piel oscura, cabello cuculuste, nariz chata, labios y boca gruesos, etc.], es engañoso porque, además de lo escrito, no alude el problema: la cultura actual. En la Costa Chica, desde hace un poco más de 500 años, dos grupos culturales comparten la experiencia de haber sido unificadas violentamente sus diferencias étnicas [es decir, a los amuzgos, mixtecos, zapotecos, quahuitecos, ayacaxtlas, yopes, etc., se les metió en un concepto: “indios” o “indígenas”; por su parte, a los yoruba y bantú, p. e., provenientes de África, se les insertó en el concepto de “negros”], dándoles conciencia, de ese modo, de esa coincidencia; además, también vivieron la experiencia de la colonización y del sometimiento por largo tiempo a manos de los occidentales [españoles, más concretamente], unos en sus tierras originarias y otros fuera de ellas, asumiendo estos las nuevas, a las que fueron llevados, como propias. También, a ambos grupos humanos se les impuso una cultura basada en el judeo-cristianismo, a la que tuvieron que adaptarse y reelaborar para mantener sus propias cosmovisiones, sus propias culturas o los rasgos de ellas que pudieron mantener, produciendo una nueva cultura, la criolla, la de los afroindios de la Costa Chica, la de ahora.

El año pasado la ONU declaró al feneciente año 2011 como Año Internacional de las Personas Afrodescendientes; no sé si el asunto es serio o es chunga: en sentido estricto, todos los humanos somos personas afrodescendientes, así que pa’ qué hacer tal declaración. Claro que está el asunto de los recursos, de los dineros que los gobiernos y las instituciones altruistas deben aportar para “el desarrollo y el progreso” de “los pueblos negros”, en este caso de la Costa Chica. Le pregunto a la memoria: ¿Desde cuándo los países poderosos, que controlan la ONU –con Estados Unidos “de América” a la cabeza–, entre otras instituciones, no están con el tema de trabajar para el desarrollo de los pueblos pobres? Le pregunto a mi pensamiento proyectivo: ¿Cuánto tiempo más los países poderosos, que controlan la ONU, entre otras instituciones, no estarán con el tema de trabajar para el desarrollo de los pueblos pobres? Por azar, en este momento que tecleo, cae a mis manos el libro Las venas abiertas de América Latina y leo: “La fuerza del conjunto del sistema imperialista descansa en la necesaria desigualdad de las partes que lo forman, y esa desigualdad asume magnitudes cada vez más dramáticas. Los países opresores se hacen cada vez más ricos en términos absolutos, pero mucho más en términos relativos, por el dinamismo de la disparidad creciente. [No puedo contenerme y pienso en una noticia reciente, aparecida en La Jornada: han aumentado las remesas de los mexicanos que están en E. E. U. U., o El Norte, pero ahora el dinero sirve para comprar menos cosas que hace un año. Y comento esto para connotar la actualidad del texto citado] El capitalismo central puede darse el lujo de crear y creer sus propios mitos de opulencia, pero los mitos no se comen, y bien lo saben los países pobres que constituyen el vasto capitalismo periférico”. Espero que esté de sobra decir que nosotros pertenecemos a los países pobres, los del capitalismo satelital o periférico. Y aunque algunos paisanos defensores del negrismo en la Costa Chica vaticinaron falsamente tiempos de bonanza para los “negros mexicanos” con el advenimiento del gobierno del “negro” Obama, las palabras de Eduardo Galeano que acabo de transcribir son contundentes, y no tengo más que una pregunta: ¿También vamos a re-conocernos este año como personas afroknowledgecientes porque ellos así lo quieren, porque así lo decidieron, porque ellos tienen los billetes para interesarnos en el asunto, así, sin demokrática consulta a nuestros pobres y marginados y míseros y abandonados y atrasados y sin cultura “pueblos negros”, que sólo se la quieren vivir de parranda en parranda, con una chela en una mano y la otra en el enduto de alguna afroindia de buen ver y mejor prestar, aunque sea a cambio de dineros bien trabajados, sobre todo en tiempos de aguas pa mejor soportar la zancudera?

El Faro de la Costa Chica, 29 de julio de 2011

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