jueves, 26 de mayo de 2011
Juan Bernal, músico por sí mismo
(primera de cuatro partes)
Nos recibe en su casa, en Montecillos. Casa de jaulilla. Primorosa casa, la de Juan Bernal Candela, músico de guitarra y acordeón. Hombre generoso. Elegante, es Juan, tiene lo que se suele llamar don de gentes, es gentil. Y de charla fácil: se le da la palabra, como se le da la música. Conocí a Juan Bernal tocando en alguna de las innumerables e intermitentes cantinas de Cuajinicuilapa, en compañía del fallecido Ildefonso Foncho Rendón Mayo. Ellos habían tocado juntos en varias grupos, pero lo que a mí me gustaba era su pertenencia a un proyecto entrañable, el de Los Cimarrones.
Los Cimarrones, de San Nicolás, grabaron en 1985 un disco Long Play o LP, producto de un taller de música que impartieran “los viejos trovadores afromestizos” Eustaquio García, Wenceslao Habana, Wenceslao Noyola, Eliseo Cisneros, Luis Petatán, Emilio Petatán y Pedro Hernández. En ese disco, el querido Juan Bernal canta Traigo una flor hermosa y mortal y Filadelfo Robles, además de acompañarse con Tiburcio Bucho Noyola en el Corrido de los zapatistas de San Nicolás. Sólo estos datos son suficientes para justificar esta entrevista, pero, por justicia a su largo quehacer artístico de este creador criollo, en lo sucesivo serán aportados, en función del desarrollo de esta entrevista, o nos los irá platicando él.
-¿Quién te enseñó a tocar, el acordeón, la guitarra? ¿Cómo aprendiste?
-Mi cabeza. ‘ira. Nadie me lo cree. Yo… a mí no me enseñó nadie a tocar guitarra, a tocar esto [el acordeón] no me enseñó nadien.
-Pero, ¿cómo supiste que había guitarras?
-‘ira, la primer vez, yo me fui de aquí a Acapulco y, ya estaba como de unos 14, 15 años, y allá vivía un tío en La Laja, arriba del cerro. Entonces, allí salían dos, tres chavos en la noche, a tocar, al callejoncito ese, a divertirse con su guitarra. Y me le acerco una noche. Le digo [al de la guitarra]: Oye, acompáñame un corrido. Yo… me gustaba cantar, pues. Acompáñame un corrido. Me dicen: Sí. A ver, tararéale. Y les empecé a cantar. Oye, dice, cantas bien, te sabes acoplar. ¿Sabes tocar? Le digo: No. Yo he de queré’ aprender. Ajá, y le digo a un amigo, le digo: Enséñame, ¿no? Una postura pa’ corrido, le dije yo. Dice: Sí. Me da, un requintito cargaba allí. Dice: ‘ira, ponle el dedo aquí, el otro aquí. Y ya, empiezo yo: ran-ran-ran. Yo, como conocía varias canciones. Ora sí que me daba la idea de cómo iba la canción, ¿no?, qué clase de música era, y le fui dando. A ver tal canción: se oye así, y así empecé. Y que me dice: Oyes, va’ a aprendé’ a tocar. Digo: ¿Tú crees? Dice: Sí. Ajá. Se enfadaron, y de allí se fueron. Otro día regresaron, en la noche… Siempre, como las siete, las ocho de la noche, ya estaban más allí. Todas las noches, era su costumbre de ellos. Y voy más, y le digo: Oyes, ¿me prestas tu guitarra? Dice: Sí, hombre. A ver si no se olvidó la postura que te di. Y la agarro, y ya le pongo… Creo que aquí, me dijo, y la empiezo a sonar. Y me dice: Sí, allí es, dice, así es. Ajá. Hasta se me hizo ámpula en este dedo. Ya, después, se fueron ellos, ya no les dije nada. Digo: Es mucho está’ molestando a este amigo.
Juan Bernal Candela
Yo trabajaba en una compañía que se llamaba La Iasa, andaban arreglando las calles allá por Morelos, pa’ allá, pa’ esa colonia. El sábado salí, rayé y salí, y me acordé que en el mercado ‘bía visto unas que ‘taban allí colgadas, de venta, pues, y ahí voy. Gua comprá’ una, ¿no? Llego yo, a ‘onde estaban las guitarras, y estaba un amigo tocando con una guitarra. Él le podía, pues. De las nueva’, que’staban allí. Y al ver que estaba ojoteando los guitarras, dice: ¿Quieres alguna guitarra? Digo: Sí. Dice: Mira, esta está buena, suena bonito. Corrientona, la guitarra, pero sí sonaba bonito. Y que, ya, le digo al dueño: ¿Cuánto cuesta eso? Dice: Treinta pesos. En ese tiempo… fue como en el setenta y… No, fue más atrás todavía, sí, fue más atrás todavía. Algo así como en el setenta, setenta y dos, algo así, en ese tiempecito. Sí, como en el setenta o setenta y dos. Treinta pesos me costó la guitarra. Se la pago. No le dije: Te doy veinte, veinticinco, no, ahí ‘tán los treinta…
-No le regateaste…
-No, porque yo quería ese instrumento. Ajá, y me fui a mi casa con la guitarra, ¿no?, allá ‘onde yo estaba, ‘onde mi tío. Y en las tardes, yo iba [a] veces que me afinaran, los chavos, esos, sí. En ese tiempo estaba triunfando el Acapulco Tropical. Mi negra ven a bailar/ al ritmo de este conjunto… Acapulco Tropical. Cum---cum-cum-cum-cum-cum-cum. Así que me gustó ese ruidito, y ahí estoy, ahí estoy, ahí estoy. Y ya me salía, yo, a la andador, a ‘onde se ponían los muchachos también. Y decían las chamacas: Ve, ya el moreno puede tocar, toca como el Acapulco Tropical. Así, pues, porque yo le quería hacer esa figura, pero no podííía, yo, no’más estaba… Porque así empezaba esa cumbia…
Después, me dijo un amigo: ¿Sabes qué? Cómprate un método. ¿Querej aprender a la música? Cómprate un método, y con eso vas aprender. Digo: Y eso, ¿qué cosa es? No, pues, un libro, dice, donde están todas las notas de la música. ¿Y a dónde lo encuentro, eso? Dice. Vete al mercado, en la papelería, dice, ahí lo vas a encontrar. Sí, l’otro sábado me voy, allá. Lo pedí, y sí me lo dieron, me lo dieron el método. Y con eso…
-Pero sí sabías leer y escribir, ¿no?
-La verdad, yo no fui a la escuela ni un ratito, por diosito santo. Aquí está mi mamá que, a veces me dice…
-Te regaña…
-No, sino que ella está confundida, porque dice: ¿Cómo fue eso, que tú te enseñaste, que nadie te enseñara, aprendiste a tocar, nadie te enseñó? Y sí, pues, a no me enseñó nadie.
-De oído…
-‘ira: una cosa increíble. Me iba yo, veces, allá en Acapulco, a donde hay mariachis y músicos, así; me iba yo a oírlos, y quédate pensando nomás que ese ruido, ese ruido me lo llevaba yo, el ruido que me gustaba, pues, cómo le hacían a la guitarra, me lo llevaba yo. Juíjate, tanto ruido de carro, y todo eso. Y yo pensando en eso. Decía: No, pues, este ruido lo oí yo así, así, y llegaba a la casa y me ponía con la guitarra, a buscarlo, hasta que, más o menos, me salía. Y así, a mí no me enseñó nadien en la guitarra. Ese amigo fue la primera y la última que me dijo. Se llama Choso, y vive, ese amigo. Después, al poco tiempo, como a los diez años o más, creo, lo vi a ese amigo. Ajá. Le toqué la guitarra, y dice: Oye, aprendiste mucho. ¿Cómo le hiciste, aprendiste mucho? Yo ya ni me acuerdo de… Sí. Y la verdá’, no porque…
-Así aprendiste a tocar la guitarra; ¿y el acordeón?
-Igual, igual. Cuando yo tocaba con Los Alegres de la Costa, en el grupo… Si uno ya sabe de la guitarra, puede aprender cualqu’er estrumento. Con el acordeón, como está afinado, ya nomás, de saber acolocar los dedos, de buscar las notas, pues, ‘ónde va una, ‘ónde va otra.
Juan Bernal Candela tiene dos acordeones, de teclas y de botones.
Cuando yo me organicé con el grupo de Los Alegres, le compraron los aparatos a Sergio [Sandoval, de Luces del Mar]. En ese tiempo, treinta y siete… Yo recuerdo como si ahorita fuera sido… Treinta y siete mil pesos, el equipo completo, pero, menos el acordeón. Entonces, el pariente Leonel… Tal vez conozcas a Adalberto Cruz, uno que carga una pasajera de Llano Grande La Banda. Gasolina, le dicen de apodo. Ése anduvo con Luces del Mar, anduvo de acordeonista. Él le vendió un acordeón a Leonel, un acordeón verde. Pero el pariente no le pudo; quería él ser músico, pues, pero no le pudo porque, así, con un dedo… [Toca uno de sus acordeones, con un dedo] ¿Qué nota vas a sacar con un dedo? Y se enfadó. Le daba y le daba y le daba, y se enfadó, nunca le pudo. Entonces, después, le dice a Fau’tino: Yo, la verdá’, no le pude a eso, ya ves, ya tengo mucho tiempo y ya es pa’ que pudiera. Búsquenle ustedes. Órale. Y ya, se puso Fau’tino, y de vez en cuando se descuidaba, pero… También, fíjate que eran un poco egoista’, me decía: Pariente, a ver, ¿usté’ le podrá a esto? Le digo: Pues, yo no le he tocado, pero, a ver, préstemelo, a ver qué. Sí, ya luego, pues, como en las blancas es Do mayor, si usas todas las blancas es Do mayor. Le jallé, y empiezo, tal canción, y así, así, así. Fau’tino quería ser el… y yo me lo gané porque, allí, yo me daba la idea, cómo, pues, el acordeón, allí. Le busqué, le busqué, le busqué.
-¿Has probado en otros instrumentos? Trompeta, bajo, saxofón…
-No, esos estrumentos no, pero yo siento que sí los aprendo. El otro día quería comprar uno, le dije a un amigo de Igualapa, se llama Rey. Le dije: Trae uno, porque decía que tenía dos…
-¿Y cómo te conocieron esas gentes de allá arriba, tú?
-De Igualapa. El músico ‘ta como, ¿cómo te diré? ‘ta comoquiera, como esa gente que anda ‘ondequiera [Se ríe. En el aire flota dos palabras: Como güinsa], y ahí se ve uno, y si, más o menos, me gusta el juego…
Por EDUARDO Añorve
Cuajinicuilapa, Gro.
Suplemento Vida y Sociedad, en El Faro de la Costa Chica, 26 de mayo de 2011
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