sábado, 5 de enero de 2013

La música marca identidades: Thomas Stanford

Cultura •

El investigador estadunidense lleva 50 años recorriendo el país y registrando el sonido de sus compositores e intérpretes populares.


Ciudad de México • Y uno se imagina que, hace medio siglo, en los pueblos de México, a primera vista la figura del señor alto, güero, con acento de gringo y siempre sonriente, era observada con cierta suspicacia. Pero algo tenía el güero —como seguro le decían— que terminaba por conquistar la simpatía de la gente, lo que le permitía registrar con su grabadora la música de cada población que visitaba.

Podemos imaginar que, a mediados de los años cincuenta del siglo pasado, el investigador Thomas Stanford, un apasionado de la música de México, deambulaba de los Altos de Chiapas a Tierra Caliente, en Michoacán, para luego dirigirse a la Sierra de Guerrero, con su grabadora Grundig encendida y los oídos bien abiertos. Gracias a la edición de la Colección Thomas Stanford (Conaculta/Fonoteca Nacional/Urtext, 2012), en una caja con 13 discos que también se venden de manera individual, ahora podemos escuchar algunas de estas grabaciones y constatar la riqueza de la música tradicional mexicana.

El musicólogo —quien se crió en Los Ángeles, California— dice en entrevista con MILENIO que allá tuvo algún contacto con la música mexicana, pues “en las escuelas públicas había muchos mexicanoamericanos. Me llamaban mucho la atención, me atraía la gente morena. Recuerdo que estaba enamorado de una mexicanoamericana que era bien morena, así como fue mi esposa, tal vez era de ascendencia negra. Nunca traté mucho a esa muchacha, ni tampoco nunca me hubiera imaginado que vendría a México y me acabaría casando con una mexicana, con quien viví 48 años”.
Estudiante de música, Stanford hizo su servicio militar en el Ejército de Estados Unidos y fue enviado a Okinawa. Por suerte no participó en ninguna batalla, pues, asegura, “no hubiera podido matar a otro ser humano”. Al terminar su servicio, el Ejército le ofrecía una beca para estudiar en el extranjero y decidió que, dado su interés en la música, podría ser en la UNAM. Finalmente no pudo hacer sus estudios de doctorado en esta institución porque no existía este grado en musicología, aunque sí terminó quedándose a vivir aquí.

En diciembre de 1956 Stanford realizó sus primeras grabaciones en México con la Grundig y una planta de luz que le había enviado su madre de Los Ángeles. Comenta que no le costó trabajo entenderse con los músicos, “tal vez porque yo también era músico. Si uno llegaba a estudiar la música, la gente se mostraba halagada por el interés de uno, mientras que mis colegas que iban a estudiar, por ejemplo, el parentesco, ¿cómo les explicaban a los campesinos qué querían saber cosas sobre su familia? Eso despertaba sospechas, les hacía pensar que eran enviados por otras familias que les querían hacer algún mal. Yo no me presentaba como investigador, sino como alguien a quien le interesaba la música del pueblo y era bien recibido”.

Stanford no contaba con gran respaldo monetario para realizar su trabajo: le pagaban los pasajes y le daban algunos viáticos que, invariablemente, compartía con los músicos. Les decía que era la única forma que tenía de retribuirles su colaboración. Así pudo registrar música de diversos géneros, in situ, nunca en un estudio, donde los músicos se hubieran sentido incómodos. Dado que en algunos poblados no había luz, cargaba con su enorme planta de luz, que pesaba más de 40 kilos, y un cable de 50 metros para que el ruido de la planta no llegara a la grabadora.

Interés para siempre

Al revisar la riqueza y variedad de estos testimonios, la gente suele preguntarle cuál es la grabación que más le ha gustado. Invariablemente el investigador responde: “Lo que estoy trabajando en el momento”. Vuelve a repetir la frase, para luego agregar: “He conocida cosas tan hermosas que no podría decir que es lo que más me ha gustado, cuál fue mi mejor experiencia. Estimo que he trabajado en alrededor de 300 pueblos del interior de México y en 20 estados, y todo ha sido una experiencia maravillosa”.

Para Stanford, “la música marca identidades, es parte de la identidad del ser humano. Si tenemos orgullo por la historia de México, habríamos de tener curiosidad por la música de distintas épocas. Cada época se marca con su música: la de Bach es diferente a la de Mozart, que es distinta a la de Beethoven, que es diferente a la de Liszt... La música va cambiando en cada época. Si uno quiere preservar la historia de su patria, debe interesarse por su música”.

El investigador está convencido de que las grabaciones realizadas durante más de medio siglo “serán de interés para siempre, mientras se conserven. Yo doné todas mis matrices a la Fonoteca Nacional, las cuales son el inicio de la colección de este organismo. Mi interés fue que en esta primera caja de discos de la Colección Stanford estuvieran algunas de las grabaciones más representativas, pero todavía habrá material para otras dos cajas”.
 

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