miércoles, 16 de junio de 2010

Las canciones que acompañaron el movimiento insurgente y el revolucionario son un registro de la historia del país

DOMINGO, 13 DE JUNIO DE 2010 08:29 ADMINISTRADOR


La historia de las luchas insurgentes no sólo se conoce a través de los libros, también se puede entender desde la música, ya que es un registro documental de los movimientos de principios de los siglos XIX y XX.

Las canciones, piezas y letras son parte de la memoria de la sociedad y permiten otra mirada a la historia nacional, según algunos académicos.

Sin duda, la música y sus diferentes manifestaciones jugaron, como ahora, un papel importante durante los primeros años del siglo XIX con los llamados Sonecitos y jarabes de la tierra, que los músicos populares realizaban como una crítica a la Corona Española y al clero. Las letras eran un reflejo de la inconformidad con el Gobierno y de la situación social del México de principios de 1800.

Durante y después del movimiento armado de la Revolución Mexicana, la música tuvo un carácter protagónico y adquirió un valor cultural incuantificable, ya que da cuenta de los hechos de 1810 y 1910.

Los orígenes

Durante la Colonia, los instrumentos musicales provenientes de Europa llegaron al territorio de la Nueva España.

“La mayoría de las expresiones musicales que existen en México tienen su origen en la Europa Occidental, principalmente en España, incluso aquellas canciones de fuerte raigambre popular, como lo son los corridos”, explica Leticia Barragán López, historiadora del área de investigaciones de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes.

En ese mismo sentido, el académico del Centro Universitario de Arte, Arquitectura y Diseño (CUAAD) de la Universidad de Guadalajara (UdeG), Ernesto Cano Lomelí, señala que “el 60% del repertorio español nutrió y dio las bases a la música popular mexicana”.

Los Sonecitos y jarabes de la tierra son la primera manifestación de la música mexicana, de ahí su nombre y sentido de pertenencia.

Cano Lomelí destaca que la música popular se nutrió con el ir y venir de las personas de los pueblos a las metrópolis, donde se dio el intercambio de instrumentos. En cambio, a finales de la época colonial, en el terreno de la llamada música “culta”, uno de los primeros compositores del país fue Manuel de Sumaya.

La ópera se instala en los teatros

A principios del siglo XIX, entre 1805 y 1806 se estrenó El barbero de Sevilla. Después llegaron la ópera italiana y la alemana.

Con la llegada al poder de Agustín de Iturbide en 1821, se designó a Mariano Elízaga como maestro de la Capilla Imperial. Tres años después propuso la fundación de un coro, una orquesta y una escuela para promover la música “culta”. A Elízaga también se le atribuye la fundación de la primera Sociedad Filarmónica, junto con Joaquín Beristáin y Agustín Caballero. Y ya a mediados de los años 1800, la zarzuela y la ópera comenzaron a vivir un momento de auge en el sector de la población de clase alta, que tenía como costumbre asistir al teatro.

Entre los compositores del siglo XIX destacan Ricardo Castro, Felipe Villanueva, Melesio Morales, Cenobio Paniagua, Alfredo Bablot Tomás León y José Antonio Gómez. Después, se creó el Conservatorio Nacional, institución que se fundó en 1866.

A finales del siglo XIX nacieron figuras como Manuel M. Ponce, Carlos Chávez, Silvestre Revueltas, José Rolón y otros.

La llegada del siglo XX

Aunque la temática cambia, la expresión del pueblo mexicano sigue y se desarrolla musicalmente a través del son, el jarabe, el corrido, así como la energía de cada región. Con el ritmo sucede lo mismo, aunque se apega más al sentimiento.

“El corrido ya tenía sus antecedentes, pero es sin duda durante el movimiento armado de 1910 que se hace de una inigualable identidad de mexicanidad, a través de la denuncia y la narración de un país levantado en armas”, afirma el investigador de Música Popular de la Universidad Nacional Autónoma de México, Jesús Mendoza Flores.

“Esto es en cuanto a la música del pueblo, en cambio en los banquetes de los políticos o de la aristocracia sucedía todo lo opuesto; la gente que asistía a estos eventos parecía estar inmersa en otra realidad, pues asistían a grandes salones, casas porfirianas, donde escuchaban vals, polkas, es decir, remedos de las fiestas y de la vida social francesa”.

La canción mexicana influye hondamente en el ambiente y las costumbres, es sentimental y pícara, como el mexicano. La música romántica y sentimental, de cortejo, declaración, ausencia, nostalgia, indiferencia, desprecio, despecho, pasión, soledad, odio y amor, es abundante en el repertorio.

Para finalizar, Cano Lomelí expresa que “esta expresión ha estado presente en la historia y es a través de ella que podemos entender la historia, ya que la música ha estado presente en todos los eventos como valuarte mexicano”.

EL INFROMADR/Omar Castañeda y Mayra Torres de la O


Cantares revolucionarios

* El son


El son es probablemente el género musical más rico de México, así como lo más representativo de la cultura musical popular, en parte porque sus intérpretes son los más refinados en la ejecución de instrumentos y los que mejor conocen de las diversas tonalidades mayores y menores. Recibe diferentes nombres según su procedencia: en Jalisco y Michoacán es el abajeño; en Tamaulipas y Veracruz se le llama son huasteco, son jarocho o huapango; en Guerrero se conocen como gustos o chilenas, de acuerdo a la publicación La historia contada a través de su música, de la Universidad de Guadalajara.

Este género se distribuye a lo largo de la costa del Golfo de México y el Pacífico. Del primer sitio se pueden mencionar sones famosos como El querreque, El gusto, La azucena, La Cecilia, La Bamba, La bruja, El Siquirisí, El Balajú entre otros. De la segunda región meridional, destaca el son jalisciense que es interpretado por mariachis, algunos ejemplos son La negra, La culebra, El jabalí y Las copetonas.

* El jarabe

Sin duda, el más conocido es el jarabe abajeño o tapatío, que surge a finales del siglo XVIII y evolucionó hasta adquirir la forma en que hoy se conoce.
“Fue a fines del mismo siglo cuando tomó la forma de música autóctona, dándose la nominación de jarabe a gran variedad de sones que tenían en común algunos elementos, sobre todo en la parte bailable. Su auge fue hasta el primer tercio del siglo XIX, especialmente en la región de Jalisco y Michoacán”, especifica Jesús Mendoza Flores.

El jarabe tapatío fue conocido ya con ese nombre durante la vigencia de la Constitución de 1812-1817, y su composición queda comprendida dentro del período virreinal.

* El corrido

De acuerdo a la investigadora Leticia Barragán, el corrido mexicano tiene sus raíces en el antiguo romance español: una canción que narra acontecimientos reales a su manera, pues los dota de una visión épica o heroica con respecto a los hechos o a los participantes; en este sentido, el corrido tiene una línea directa de conexión con el Mester de juglaría de la Edad Media.

En la actualidad hay numerosas variantes del corrido, en su construcción más común está formado por 20 y hasta 30 cuartetos octosílabos, y en su estructura consta de seis partes.

Entre los corridos más famosos de la época revolucionaria se encuentran La Adelita, La valentina, La rielera, La cucaracha, Corrido a Pancho Villa, Mi general Zapata, Caballo prieto azabache y La toma de Zacatecas.

* Música formal

Entre los representantes y compositores de la música formal o clásica del movimiento de la Revolución, se encuentran Julio Ituarte, Alfonso Ríos Toledano, Manuel M. Ponce, José Rolón y Alfredo Carrasco.

“Los pertenecientes a la corriente del franco romanticismo son: Ricardo Castro, Gustavo E. Campa, Ernesto Elorduy y José Perches, quienes compartieron una misma posición ante la música que les exigía mayor refinamiento en la expresión. Estuvieron fuertemente influenciados por los románticos europeos como Chopin, Schumann y Liszt”, refiere Mendoza Flores, de la UNAM.

Fuente: (Informador)

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